Es fundamental que el niño crezca en un entorno saludable donde los adultos hacer que éste se sienta valorado, educado, respetado y entendido adecuadamente.
Sin embargo, en ocasiones suceden situaciones o “imprevistos vitales” que impiden que esto se pueda dar de forma adecuada. Otras veces, es la propia historia de los cuidadores principales la que puede interferir en este vínculo e impide hacerlo de una manera sana.
En los niños estas experiencias desagradables suponen una amenaza a su seguridad y a su vida, afectando a su desarrollo, a los retos que tendrían que conquistar evolutivamente y al desarrollo de su cerebro, mientras que en el adulto el trauma no altera cómo se organiza su cerebro, pues éste ya está desarrollado.
Se ha demostrado que el trauma en el infante interfiere en la regulación emocional, en la conciencia de la conducta, en la cognición y en la formación de la identidad.
Cuando hay algo que atormenta al niño, el funcionamiento del niño empieza a ser diferente al que debería ser según su desarrollo vital, apareciendo una serie de conductas o síntomas que nos alertan de esto. Empiezan a flojear en las notas, se aísla o no se relaciona adecuadamente, tiene rabietas desproporcionadas, miedos que no corresponden a su edad, ansiedad, etc.
En primer lugar, lo habitual es que los padres y el colegio intenten ayudar al niño con todas las estrategias que ya tienen. Sin embargo, a veces esto queda incompleto y es entonces cuando los padres acuden a terapia en busca de ayuda profesional.
Por ello, intentamos atender de la forma más temprana posible estos problemas, y entendemos que es fundamental el trabajo tanto con el niño/adolescente, como con los padres y el entorno más cercano al niño.
La vulnerabilidad de los niños al trauma es mayor que los adultos.
Desde nuestro centro, entendemos la sintomatología y dificultades en los niños como señales de alarma de que algo no está funcionando correctamente en el niño, pero también en su entorno y los adultos no están pudiendo resolverlo adecuadamente
Por ello, en el tratamiento psicológico infantil es imprescindible trabajar primero con el entorno (familia y colegio), creando un entorno seguro y adecuado para las características del niño que acude a terapia.
El cerebro del niño no nace sabiendo regularse, es el cerebro del adulto el que enseña al cerebro del infante a estar tranquilo, por ello, es dar herramientas a los padres y estabilizarlos para que puedan conectar con las dificultades, emociones y sentimientos de sus hijos es el primer paso para que sepan cómo ayudarles durante el proceso psicológico y, poder seguir haciéndolo una vez finalice éste mismo.
Desde el nacimiento, existe una constante de repeticiones para obtener aprendizajes y así superar los retos de la vida, fracasos hasta llegar al éxito de conseguirlo: sostener la cabeza, gatear, hablar, coger objetos, levantarse, andar, la comunicación con el otro, etc. para conquistar la autonomía de adultos, paso a paso, en un mundo lleno de peligros para un pequeñín. Y para conquistar el mundo y a una misma es necesario tener enraizado desde lo más profundo creencias positivas como “soy digna de ser querida, soy valiosa, merezco que me cuiden, estoy segura”.
Estas creencias aportan la seguridad y valentía para arriesgarse ante los peligros inherentes al crecimiento hacia la independencia.
Desde esta visión, el trauma temprano sensibiliza a posteriores daños traumáticos, y las unidades a explorar serían las memorias: las memorias traumáticas de los eventos de T mayúscula y las memorias implícitas de los traumas del desarrollo.
El apego con las personas cercanas durante la infancia es la base sobre la que se asientan los patrones de vinculación adulta, por lo tanto, si éste no se establece de manera sólida y segura, puede acarrear consecuencias en la madurez, llegando a desarrollar los conocidos traumas de apego.
En ocasiones lo que nos encontramos en consulta son problemas de relación y de falta de herramientas dentro de la familia y que han quedado grabados en el niño desde su nacimiento y que explica el problema actual.
Lo importante y tranquilizador es que ese tipo de dificultades se puede trabajar y resolver, y, para ello, los padres deben involucrarse en el trabajo psicológico de los hijos.
Todos los adolescentes, y algunos niños dependiendo de su edad y sus dificultades, tienen un papel activo en la terapia, acudiendo a consulta para aprender conductas y destrezas que no han podido aprender y para elaborar, reprocesar positivamente, las situaciones que han podido vivir en su vida que les ha impactado negativamente (enfermedades, muertes, acoso escolar o bullying, abuso sexual) y les ha impedido crecer “sanos”, pero es fundamental destacar que trabajar con los niños siempre va a ser trabajar con los padres, para poder ayudarles a crear un entorno lo más saludable para su hijo, para que los padres sepan cómo ayudarle en sus dificultades.
La experiencia muestra que, en un alto porcentaje de casos, las manifestaciones desajustadas de los niños con esta intervención desparecen; en otras es necesario que el niño acuda a la consulta para poder aprender él mismo alguna destreza que le ayude a superar su dificultad.
La vulnerabilidad de los niños al trauma es mayor que los adultos.
Los principales motivos de consulta son: